COVID-19 y la rebiologización de la diferencia racial en Estados Unidos

COVID-19 y la rebiologización de la diferencia racial en Estados Unidos

COVID-19 y la rebiologización de la diferencia racial en Estados Unidos 350 245 Constanza Armas

*Traducción libre de los resultados y la discusión del artículo de The Lancet. Ver información del artículo al pie.

En los primeros meses de la pandemia por COVID-19, algunos de los Centros para el Control y Prevención de Enfermedades de EE.UU y el Centro de Ciencia e Ingeniería de Sistemas de la Universidad Johns Hopkins, no ofrecían un desglose demográfico de las estadísticas de casos y muertes.

En la actualidad, los datos muestran amplias disparidades raciales en la carga de COVID-19 en los EE.UU. Las personas latinas, indígenas y de raza negra están afectadas de forma desproporcionada. Disparidades similares son también evidentes en otras naciones con historias de racismo estructural. Sin embargo, al principio de la pandemia, la investigación se centró en las diferencias raciales biológicas como explicación de las diferencias en la morbilidad y mortalidad frente al COVID-19; surgieron rumores de que miembros de la diáspora africana eran inmunes al SARS-CoV-2 y, aunque desde instituciones de salud pública trabajaban para combatir estos mitos, algunos investigadores empezaron a estudiar si las diferencias de la sangre o de expresión genética, podrían explicar por qué los grupos racialmente minoritarios eran más o menos propensos a contraer el virus.

Historiadores y científicos sociales, como Chelsea Carter y Ezelle Sanford III, fueron algunos de los primeros en cuestionar estas perspectivas, y aunque la desinformación sobre la inmunidad de las personas negras a la infección por el SARS-CoV-2 pronto se disipó, el primer impulso en algunos sectores, a inicios del 2020, de atribuir a las diferencias biológica la disparidad en las muertes  por COVID-19, pone de manifiesto el poder histórico del pensamiento racial.

Esta narrativa tiene una larga historia enraizada en el surgimiento de los proyectos coloniales occidentales y en la historia de la medicina. La historiadora Rana Hogarth ha descrito la práctica médica de buscar diferencias innatas únicas entre blancos y negros, que denominó la medicalización de la negritud. Esta preocupación por las diferencias biológicas supuestamente innatas se ha utilizado para justificar la esclavitud y la opresión, así como el trato social, político y sanitario diferenciado.

Mientras que la categorización de los africanos como no cristianos fue la justificación principal para la conquista y la esclavitud a finales del siglo XVIII, con el tiempo las potencias coloniales occidentales buscaron nuevas justificaciones para estratificar poblaciones por raza y justificar el trato diferenciado de los individuos negros y la violencia que conllevaba la esclavitud. Los colonos europeos recurrieron a las explicaciones de la diferencia biológica para presentar la esclavitud como un fenómeno «natural» basándose en la inferioridad fundamental de las personas negras. Durante este período el trabajo de los naturalistas, que era una parte importante de la empresa científica, trató de clasificar las especies en subtipos específicos. Personajes como Carl Linnaeus, Johann Blumenbach, Georges-Louis Leclerc conde de Buffon, y otros trataron de clasificar a los seres humanos en distintos grupos raciales.

Los naturalistas de los siglos XVIII y XIX, propusieron varias taxonomías humanas y diferentes órdenes raciales, y describieron a los afrodescendientes como una raza completamente distinta a la de los europeos blancos. Estas ideas dieron lugar a teorías poligenistas que afirmaban que las poblaciones negras y los europeos blancos habían surgido de diferentes caminos evolutivos. A medida que las poblaciones se separaban en razas, los científicos buscaron las diferencias fisiología entre negros y blancos en casi todos los sistemas corporales. Los negros esclavizados fueron examinados para encontrar diferencias físicas en todo, desde el tamaño del cráneo hasta la capacidad pulmonar, y cada diferencia descubierta se situó en una jerarquía sociopolítica que consideraba a los individuos negros inferiores en casi todos los casos.

La misma ciencia de la diferencia racial biológica que encontró que los africanos eran innatamente inferiores a los blancos, también dio lugar al descubrimiento de otras propiedades «intrínsecas» de las poblaciones negras. En los EE.UU, prominentes médicos del sur, como Samuel A. Cartwright de Luisiana, descubrieron, convenientemente, que los africanos esclavizados eran menos susceptibles a la insolación y a la malaria, lo que los convertía en mano de obra adecuada para trabajar en las plantaciones, independientemente de la estación del año.

Igualmente, los médicos blancos de Filadelfia, de finales del siglo, sugirieron que la incidencia de la fiebre amarilla era menor en los individuos negros que en los blancos, y lo atribuían a su resistencia biológica innata. Como ha escrito Hogarth, la suposición de que los negros eran inmunes a la fiebre amarilla tuvo efectos catastróficos, esta creencia no sólo fue publicitada por médicos prominentes de la época, sino que se transmitió en la literatura médica, impidiendo la atención efectiva de las personas negras con fiebre amarilla. Adicionalmente, durante la epidemia de fiebre amarilla de 1793 en Filadelfia, las comunidades negras libres de la ciudad fueron llamadas a atender a la población blanca enferma por miembros destacados de la sociedad de Filadelfia, entre ellos Benjamin Rush, abolicionista y firmante de la Declaración de Independencia.

Esta afirmación se basaba en la supuesta diferencia entre los cuerpos de los blancos y los negros y su susceptibilidad a las enfermedades, también reflejaba cómo las vidas de las personas negras se consideraban desechables para la población blanca de Filadelfia. El mito de la inmunidad de las personas negras a las enfermedades y al dolor, también se manifestó de otras maneras violentas en el sur en el siglo XIX. La historiadora Deirdre Cooper Owens menciona en Medical Bondage que la creencia de que la piel negra resiste el dolor fue utilizada como justificación por los médicos esclavistas del sur, como James Marion Sims, para someter a las mujeres esclavizadas a repetidos experimentos quirúrgicos sin anestesia. Los médicos de la época sostenían firmemente la creencia que había grandes diferencias entre los cuerpos de los negros y los de los blancos. Sin embargo, cuando estos violentos experimentos resultaron en un método quirúrgico que tenía éxito, era aplicado rápidamente a las mujeres blancas para sus dolencias ginecológicas.

Como ha descrito Cooper Owens, el discurso médico construyó los cuerpos negros como «supercuerpos médicos» que se percibían como biológicamente inferiores y, al mismo tiempo, material clínico que podía ser sometido a experimentación para descubrir avances médicos que sirvieran a la salud de la población blanca. A pesar de esta aparente contradicción, la idea de fisiologías raciales persistió en el pensamiento médico.

Al final de la Reconstrucción, después de la Guerra Civil de los Estados Unidos, la noción de una diferencia biológica fundamental estaba tan arraigada en el pensamiento médico que muchas enfermedades, como el cáncer y la anemia de células falciformes se consideraban explícitamente términos raciales. Esto elevó la diferencia racial como un factor explicativo de la susceptibilidad a la enfermedad y el resultado fue una ceguera de los determinantes estructurales y sociales de la mala salud y de los recursos limitados para mejorar las disparidades sanitarias en materia de salud.

Por ejemplo, como ha demostrado Keith Wailoo, durante el siglo XX, cuando las campañas de concienciación sobre el cáncer de mama se construyeron como una «enfermedad de la civilización» que afectaba desproporcionadamente a las mujeres blancas. Esto trajo como consecuencia que fuera percibido por las autoridades médicas de la época como una enfermedad de la civilización occidental avanzada;  por lo que las afroamericanas eran ignoradas en este sentido por su supuesto primitivismo. No fue hasta 1972 con un estudio pionero de la Universidad de Howard, una universidad históricamente negra, que se visibilizaron estudios oncológicos que informaron que las mujeres negras eran tan susceptibles de padecer cáncer de mama como las mujeres blancas. Para entonces, ya se habían invertido décadas de recursos y mensajes de salud pública en la lucha contra el cáncer de mama y creado instituciones de salud en las zonas blancas.

Mientras tanto enfermedades que se creía que afectaban desproporcionadamente a la población negra, recibían poca atención por parte de las iniciativas de salud pública. Por ejemplo, la comunidad científica calificó durante décadas la enfermedad de células falciformes como una «enfermedad negra» y, a pesar de ser la primera enfermedad para la que se documentó un mecanismo molecular, la investigación dedicada a encontrar una cura ha estado crónicamente infrafinanciada en Estados Unidos.

Las supuestas diferencias en la fisiología de los negros se han integrado en algoritmos clínicos de la raza que se utilizan para tomar decisiones de tratamiento en especialidades, desde la ginecología y la obstetricia hasta la neumología. El legado duradero de este mito ha aumentado el riesgo para la salud ambiental que corren las personas de raza negra como consecuencia del racismo estructural, la violencia y la segregación.

En la pandemia de COVID-19, la investigación ha demostrado que condiciones de salud crónicas subyacentes aumentan el riesgo de muerte y también son desproporcionadamente prevalentes en poblaciones que han sufrido violencia y abandono sistémicos. Sin embargo, cuando la susceptibilidad a la enfermedad se explica en términos de la diferencia racial biológica, los científicos y los tomadores de decisiones pueden hacer oídos sordos a las soluciones políticas que se necesitan urgentemente. Las repercusiones del COVID-19 y los llamamientos mundiales para que se reconozcan las historias de racismo sistémico y estructural, han puesto de relieve las formas en que tanto los legados del pasado como las desigualdades persistentes producen efectos negativos en la salud.

Wingel Xue, *Alexandre White

Departamento de Biología (WX), Departamento de Sociología e Historia de la Medicina (AW), Escuela de Medicina (AW),

Universidad Johns Hopkins, Baltimore, MD 21218-2683, USA

alexandrewhite@jhu.edu