COVID-19 como guerra cultural

COVID-19 como guerra cultural

COVID-19 como guerra cultural 1024 694 Constanza Armas

*Traducción libre: The Lancet

Autor: Richard Horton

Cuando el Dr. Anthony Fauci desafió al senador Rand Paul la semana pasada durante las audiencias del Congreso de EE.UU., expuso cómo los políticos han explotado la pandemia de COVID-19 para su propio beneficio. Fauci mostró capturas de pantalla del sitio web del senador Paul, que incluía el mensaje «Despedir al Dr. Fauci». Señaló que Paul invitaba a la gente a enviar donaciones a firefauci.org.

Explicó cómo las exageraciones de Paul estaban creando las condiciones para los ataques violentos contra él y su familia. En diciembre de 2021, un hombre fue arrestado en su camino a Washington, DC, con un rifle semiautomático AR-15 en su coche. Cuando se le preguntó por qué viajaba con esta arma, respondió que iba «a matar al Dr. Fauci«.

Fauci aportó pruebas contundentes de que, en sus palabras, «usted está haciendo una epidemia catastrófica para su beneficio personal«. Mientras la pandemia entra en su tercer año, la difícil verdad es que el debate político sobre COVID-19 ha evolucionado hacia una amarga guerra cultural, donde los argumentos se han convertido en luchas entre diferentes grupos sociales que tienen diferentes creencias sobre cómo debe construirse y gobernarse la sociedad. “La sociedad debe ser construida y gobernada”, como me dijo recientemente un asesor del Reino Unido, su mayor preocupación era que los errores cometidos por los científicos sobre los riesgos de la variante ómicron del SARS-CoV-2 pudieran resultar a favor del discurso de la derecha, del Partido Conservador, para atacar y socavar los esfuerzos del gobierno para sacar al país de una pandemia.

Una guerra cultural entre conservadores libertarios y los científicos es un lugar penoso para estar. Pero sería demasiado fácil culpar a los políticos que parecen dispuestos a ignorar los consejos razonados de salud pública. Los científicos deberían estar preparados para evaluar sus propias actitudes y enfoques de la pandemia. Porque nosotros también hemos cometido errores; cómo salimos de la pandemia y aprendemos las lecciones de nuestra respuesta, depende de un recuento justo de nuestros éxitos y fracasos. Philip Ball, escribiendo en The New Statesman, ha descrito la «extraña despreocupación de la comunidad científica del Reino Unido«, la falta de voluntad de los de los asesores científicos para responsabilizar a los políticos de las malas decisiones y una reticencia, muy británica, de hablar que rápidamente se convierte en una complicidad fatal.

Una salpicadura liberal de caballeros y honores contribuye a amortiguar las críticas. La respuesta a Ómicron es un ejemplo de este error. El 14 de diciembre de 2021, la Angelique Coetzee, una doctora sudafricana con experiencia de primera mano en el  tratamiento de pacientes infectados con ómicron, señaló que la reacción del Reino Unido «es desproporcionada con respecto a los riesgos de esta variante«. Su mensaje fue claro: «Puedo asegurar que los síntomas que presentan los infectados por Ómicron son muy, muy leves en comparación con los que con la variante Delta, mucho más peligrosa«.

Coetzee explicó que las muertes por COVID-19 en Sudáfrica no estaban aumentando de forma drástica, ni tampoco la duración media tiempo de hospitalización. Sugirió que «Esta reacción exagerada está asustando a la gente innecesariamente«. Su consejo fue ignorado. De hecho, la Agencia de Seguridad Sanitaria del Reino Unido de la Salud del Reino Unido alimentó el miedo del público al predecir 200.000 infecciones de ómicron al día.

El resultado fue nuestra propia versión de la guerra cultural Paul-Fauci. «Es Boris contra los científicos«, proclamó la portada del Daily Mail el 16 de diciembre de 2021. La Agencia de Seguridad Sanitaria del Reino Unido tardó un mes en estar de acuerdo con el testimonio de Coetzee de que el ómicron causaba una baja gravedad de la enfermedad en los adultos.

Una evaluación honesta de los últimos 2 años de gestión de la pandemia podría incluir la conclusión de que desde el principio ha habido un exceso de confianza en la modelización matemática y muy poco énfasis en la experiencia de los  trabajadores sanitarios en primera línea de atención. Los asesores científicos siguen aconsejando precaución, destacan las incertidumbres, quieren más datos, advierten contra la complacencia. Llaman la atención sobre las presiones sobre el Servicio Nacional de Salud y sostienen que es demasiado pronto para concluir que lo peor del ómicron ha pasado.

Predicen un repunte en verano. Todos los puntos son razonables. Sin embargo, también debemos reconocer que esta pandemia está ahora en transición. Los gobiernos necesitan mantener una rigurosa vigilancia de las nuevas y más letales variantes del SARS-CoV-2.

Hay que proteger a los grupos vulnerables, por medio de la vacunación. Pero ahora los países deben fomentar un vigoroso debate sobre una visión futura y más para sus sociedades. Y los científicos, los médicos y los de la salud pública deben encontrar su voz en esta fase más importante de la pandemia.